martes, 18 de noviembre de 2008

Krakow + Auschwitz

Este fin de semana largo hemos estado en Cracovia. Nos queríamos ir de jueves a lunes pero al final nos fuimos el viernes por la noche porque me tenía que ir a medir el puente del proyecto, así que pasamos la noche entera en el tren. Como somos gitanetes, no reservamos ni asiento, ni cama, ni ostias, así que a pelo nos metimos en el tren. Nos equivocamos dos veces de vagón, y en cada cambio, el vagón iba siendo peor. Total que acabamos en un vagón incómodo de la ostia. Carles, Pablo y yo por un lado, y Andrés, Vicent y Juan (que Juan se vino con nosotros) por otro.

Sin percances el viaje; únicamente, que no dormimos casi nada. Bueno, pues el sábado, a eso de las siete de la mañana, llegamos a Cracovia. Nos metemos en el hostal, donde se lo curran muchísimo. Nos dejan dejar las maletas, nos dan de desayunar sin pagar nada...y nosotros casi de empalme. Vimos que la previsión del tiempo era mala para el domingo, así que decidimos hacer la visita fuerte del viaje, Auschwitz, ese mismo día.

Podíamos contratar la visita del hostal, por 90 slotis (tres slotis es un euro), ó irnos a nuestra bola. Es lo qe hicimos, y nos costó 20 entre ida y vuelta (en bus cochambroso).

Pues al tema. Lo de
Auschwitz es increíble. El campo de concentración está dividido en dos partes; Auschwitz I y Auschwitz II, conocido como Birkenau. Auschwitz I está más preparado para el turismo. De todos los bloques que hay en pié, utilizan unos cuantos para exponer diferentes cosas de la época en la que el campo estaba en marcha.
Los nazis lo abrieron en 1940, al empezar la II Guerra Mundial. Estaba destinado en un principio a prisioneros polacos, pero al poco tiempo se hizo internacional. Los bloques que te permiten ver en la visita son unos pocos de los 20 ó 30 que hay.
En ellos puedes ver las pertenencias de los prisioneros, en su mayoría judíos, la ropa pobre que llevaban, los cuchitriles en los que los nazis les dejaban para que murieran de asfixia, de cansancio, de hambre; las "camas" que tenían que compartir entre dos, tres, cuatro ó incluso cinco personas hechas de piedra y paja.

Maletas que confiscaban los nazis, entre las que vi una de una mujer checa. Trozos de pelo de todos los prisioneros, que al llegar los desinfectaban, lavándolos y rapándoles la cabeza. Me llamó la atención también el hecho de que los nazis cosían un símbolo de un color en la ropa de los prisioneros en función del motivo por el que estaban ahí. Los motivos podían ser cualquier cosa estúpida. Y también había vitrinas en las que se explicaban muchos motivos que causaron el asesinato del prisionero, como por ejemplo, escuchar una radio extranjera y muchas sandeces más.



Es tristísimo
. Muchas imágenes de niños, a los que trataban exactamente igual que a los adultos. Lo de los niños es para echarse a temblar. Había cuadros en memoria a algunos de ellos, con su fecha de llegada y fecha de su muerte. Niños de siete, ocho, nueve años que morían en pocos meses; niños de quince que morían en un año, y muy pocos que conseguían sobrevivir.

Muy fuerte también el paredón que hay entre los bloques 10 y 11. Están tapiadas las ventanas que dan a esa calle que se forma, para que no cundiera el pánico entre los prisioneros. La calle también estaba tapiada por las entradas, de forma que sólo puedes entrar por una puerta de uno de los extremos. En el borde de ese corredor, en el extremo, hay un tributo a las miles de personas que murieron asesinadas por un tiro en la cabeza. Les llevaban allí para matarlos a sangre fría.



El perímetro del campo está hecho de vallas metálicas electrificadas. Dan miedo.


Y para rematar, te dejan entrar en las cámaras de gas. Es una caseta en la que el techo está a unos tres ó cuatro metros de altura. Los desnudaban a todos, diciéndoles que les iban a limpiar, y una vez dentro, les mataban con gas. En cada cámara metían (metían, cabrían muchos menos) a más de dos mil prisioneros. Pegado a la cámara, estaba el crematorio. Hornos en los que metían a los prisioneros de dos en dos ó de tres en tres, para quemarlos vivos.



Pues eso es
Auschwitz I. A unos tres kilómetros está Auschwitz II, Birkena. Este sí que es para echarse a temblar. Entras por la misma puerta por la que entraba el tren que llevaba a unas personas que llevaban allí siete ó diez días. En sus respectivos países, durante la ocupación, les decían los nazis que les habían encontrado un trabajo estable. Se lo creían y se llevaban todas sus pertenencias de valor. Se metían en el tren, apenas sin agua, sin comida, y tardaban una semana en llegar. Al abrir los vagones había muchísima gente muerta, ya sea de hambre, de sed ó exhaustos. A los que no morían les obligaban a trabajar más de doce horas diarias, dándoles de comer sólo un poco de sopa y queso para la comida y cena, respectivamente. Y cómo no, morían casi todos al poco tiempo.


En total murieron 1.200.000 de personas entre Auschwitz I y Auschwitz II. Pero lo que decía. Las vías del tren tienen flores por algunas partes, al igual que algún cuadro de Auschwitz I en el que sale la foto de un prisionero. El 90% eran judíos, y el resto venían de muchísimos puntos de Europa.


Auschwitz II está derruido. Es muchísimo más grande que Auschwitz I, pero los damnificados quemaron los barracones en los que tenían esclavizados a los prisioneros. Se conservan algunos. Los que no, sólo conservan una torreta pequeña de piedra de color naranja. También hay cámaras de gas y crematorios en Auschwitz II, pero en su mayoría están destruidos. Las ruinas siguen ahí en memoria de lo que ocurrió.




Lo peor de la visita, sin duda, es el momento en el que entras en la cámara de gas. Imaginarte a dos mil personas allí dentro asesinadas te pone la piel de gallina. También el situarte en el final de la vía del tren, ó subir a la torre principal de
Auschwitz II y ver el panorama. Es desolador, vastísimo. Se te crea un vacío dentro...sobre todo cuando te vas, en el autobús, y eres consciente de lo que acabas de ver.


Bueno pues dejando de lado Auschwitz, volvimos al hostal por la tarde, y nos fuimos a dormir. Por la noche nos despertamos y nos fuimos todos de fiesta, incluido un letón, ó mejor, letonto, pesado, empanao. Se nos enganchó en la cola y no se soltó en toda la noche. Fuimos a un local diminuto y lleno de gente, y luego a otro bastante más grande. Nada a destacar, la mierdamúsica está claro que es la misma en toda Europa.

Al dia siguiente nos fuimos a mediodía a ver la ciudad de Cracovia. Es una ciudad de casi 800.000 habitantes situada en el sur de Polonia. Es muy bonita, pero a mí me dejó un mal sabor de boca. Había visto un documental en la tele hace unos meses, y me esperaba mucho más.

La plaza del mercado es enorme. Tiene 200 metros de lado, y en ella se sitúa la Basílica de Santa María, que posee el altar gótico más alto de Europa. Se trata de dos torres de altura desigual.



En esta plaza también está la Lonja Sukiennice, de planta rectangular, en la que hay varios tenderetes con objetos trabajados a mano.



Y por último, el antiguo ayuntamiento, una torre espectacular cuanto menos.


Dejando de lado la plaza del Mercado, te queda el castillo, llamado Castillo Real de Wawel. Se encuentra en la colina que tiene el mismo nombre, Wawel, en la que también está la catedral de San Wenceslao y San Estanislao.



Y por último, el barrio judío. Es mucho más pequeño que el de Praga. Cuando fuimos era de noche, así que entramos en la Sinagoga, intentamos ver el cementerio, y ya está. Nos dimos un buen paseito para llegar, pero estaba cerrado. Ese mismo día comimos comida típica polaca, entre la que destacan los pierogi. Son trozos de pasta grandes y rellenos de cosas, ya sea queso, carne...parece que no, pero el plato te debe llenar mucho. Pedimos cada uno nuestro plato y un par de platos de pierogis para el medio, y acabamos llenísimos todos.



Esa noche nos fuimos a tomar una cervecilla con el letonto a un pub al lado del hostal (bastante céntrico, por cierto) y ya está.

Y el último día, el lunes, nos levantamos sobre las once (había que abandonar el hostal a las doce) y nos fuimos a ver el otro atractivo turístico de la ciudad, las Minas de Sal. Están pegadas a Cracovia, ya que fuimos en un bus urbano. No me gustaron nada.

Nos costó 50 slotis, y aunque fue bastante curioso no creo que mereciera la pena. Conocimos allí un grupo de cuatro españoles (qué asco, por todos lados) que también estaban en Praga precisamente, pero ellos trabajando en la embajada. La visita duraba tres horas, y constaba de un paseo con guía por unas pocas cámaras de las más de dos mil que tiene la mina. Es la mina de sal en activo más grande de todo el mundo. Había unas cámaras mas grandes que otras, pero la visita estaba muy enfocada a un tipo museo.


No me apetece currarme más la mina porque no me hizo ninguna gracia, y más que nada por la vida de homeless que llevamos.

Y nada, anoche cogimos el tren de vuelta para Praga. Todo normal hasta el momento 'D'. A un kilómetro, más ó menos, de Praga, el tren se para. Nos quedamos un poc tontos pensando en qué estaba pasando, y nos asomamos por las ventanillas y vemos a muchas personas con las maletas caminando, con sus dos graditos de frío, hacia Praga. Nos quedamos locos, preguntamos, y nos enteramos que ha habido un problema con el tren que tardará unas tres horas en solucionarse.

Vaya hijos de puta, no tiene otro nombre. Hemos tenido que ir con las maletas a través de una mini jungla pasando frío como unos putos pollos. Y hemos tenido suerte de que no nos haya matado ningún tren, ó de que las vías, en sus frecuentes cambios de dirección, no nos haya atrapado las piernas.

Y hoy, todo el día durmiendo. Y más ahora!