domingo, 5 de octubre de 2008

South Bohemia

Del viernes 26 al domingo 28 estuvimos en Bohemia del Sur.

Salimos desde la universidad el viernes, a las ocho de la mañana. Manda huevos quedar a esa hora, pero es que aquí es lo normal. Hubo otros viajes que incluso quedaron a las..7.15, creo. Y muchas clases empiezan a esa hora...jajaja, qué chalaos! Bueno, que salimos en autobús. Y ojo, que la conductora era una eslovaca loquísima, hubo un momento que todos temimos por nuestras vidas, en el que se puso a dar marcha atrás en mitad de una carretera bastante transitada, y si no llegan a pitarle pues se come al primer coche que no vaya a 50 por hora.

La primera parada fue en un castillo un tanto extraño, donde se ve que vivieron algunas celebridades antiguas checas; el hombre que nos hizo la guía no hablaba demasiado inglés, pero la verdad es que no le presté casi nada de atención. Me pasé el rato mirando las zapatillas de ir por casa gitanísimas que nos dieron antes de entrar en las habitaciones del castillo, tamaño estándar. Lo bonito de la visita fue el paseo de después, por fuera, dando un rodeo al ¿¿lago?? que envolvía al castillo. De camino encontré unas setas. Es una gilipollez, pero me hice una foto adrede con ellas, dedicada sin duda a Mary, ella sabe el porqué.
Y sin más, nos fuimos hacia la "residencia", más bien un albergue.

Pues este albergue tenía unas cuantas habitaciones de ocho personas, y nos metimos en una Vicent, Amparo, Mar, Amparito, Harold, Adela, Juan y yo. Pero...oh! Nos viene Maro, uno de los monitores checos, que si se ofrecían dos chicos para cambiar el cuarto con dos chicas, porque allí no había calefacción. Pues nada, Juan y yo al otro cuarto, donde conocimos a unos chavales de Madrid muy muy simpáticos. Tito, David, Pablo y Paco (Paco es de Murcia), con los que ahora nos llevamos realmente bien.

De ahí nos fuimos directamente a cenar al único bar del pueblo. Nos sirvieron el típico plato checo (que no sé cómo se escribe), y cerveza. Cuando acabamos de cenar, a Markina (otra monitora checa, pero ésta es un poco especial, ya contaré porqué) se le ocurrió jugar a jueguecillos para que todos nos fuéramos conociendo. Pe
ro la cosa estaba en que ya había dos bandos diferenciados; españoles y los demás. Ésa fue la tónica durante todo el viaje, pero siempre nos quedará el Top-1, una fieshhhta de persona.

Bueno, que después de los jueguecitos, nos quedamos más rato en el bar bebiendo. Cuando se fueron todos, a punto de cerrar, nos quedamos Vicent, Juan y yo en una mesa, y un checo nos oyó hablar y nos pusimos de charreta con él. Se llamaba Pavel, y había estado de Erasmus en Valencia tres años atrás. Nos comentó que tenía camaleones guardados, criándolos, y que si queríamos ir a verlos. Es la típica cosa que te dicen que no hagas cuando vas a un país del este (aunque la República Checa pueda considerarse menos del este que nunca)...pero nosotros, por la simpatía que desprendía el checo este, nos fuimos con él a su casa. Nos mete en un zulo, bajamos unas escaleras, acordándonos más que nunca de la película de The Hostel, y nos encontramos una habitación climatizada, llena de peceras para camaleones...y los camaleones. Espectacular, frikismo total.



De todos los tamaños, algunos hasta parecían dinosaurios. Puf, no sé,
parecía una película ó un documental. Pero la cosa es que Pavel empezó a sacar camaleones de las peceras y a dejárnoslos coger, tocar, hacernos fotos, vídeos...nada, muy sim
pático. Son curiosos los camaleones; son muy tranquilos, y blanditos, pero los muy putos tienen unas garras que pinchan de la ostia. Cuando lo tenía en la mano y te lo quitaban, el camaleón se intentaba agarrar, y no veas cómo pinchaba.




Nada, en general, una experiencia de esas raras, surrealistas, que nunca se te va a olvidar. Nos fuimos flipadísimos a la cama.

Y bueno, ahora toca el sábado.
Nos levantamos prontito, nos sirven un desayuno de mierda, pero de mierda, sin leche ni café, y nos vamos a Cesky Krumlov, también llamada la pequeña Praga. Es una ciudad muy muy bonita, bonitas casas, aunque antiguas, y también está dividida en dos partes; la más grande, al este del río, y la más pequeña, al oeste, justo como Praga.

Se me olvidaba. De camino, paramos a comer en un pueblo. Fuimos a un restaurante, pero joder, qué de incompetencia. Estuvimos dos horas de reloj esperando a que nos sacaran el plato, pero nada, la camarera se liaba, había muchos platos que estaban en la carta pero que no servían...no sé, un despropósito. Al final algunos americanos (comimos con ellos) y Adela y Harold (Adela es una chica de Granada, Harold es de Costa Rica, lo conocimos en la excursión) sí que comieron. Nos fuimos a un supermercado a comer algo, y ya después de eso nos fuimos a Cesky Krumlov.


Estuvimos allí toda la tarde, y vimos más ó menos todo el pueblo. Vimos un museo de tortura, uno de figuras de cera, un mercadito, una representación checa (estaban en fiestas), comimos más comida típica, probamos el vino caliente (a mí no me gus
tó nada, ni punto de comparación con un buen cali, las cosas como son)...no sé, de todo. Por la noche estuvimos en una especie de minidiscopub, una cosa rara. Estábamos en la planta de arriba; en la de abajo se dedicaban sólo a servir comida. De allí nos fuimos al autobús que nos llevó de vuelta al albergue, donde también fuimos al bar esta vez. Vimos a Pavel, pero llevaría tal castaña encima que estaba tirado encima de la mesa, durmiendo. Nos supo mal despertarlo, así que nos quedamos un rato y nos fuimos a dormir.

Por último, el domingo. Por la mañana nos fuimos a una mina, y un tipo mil veces más simpático que el del castillo, nos explicó cómo funcionaba. Llevábamos el mono de mineros; un glamour...jajaja!
Bueno, que subimos en los
típicos carritos del DonkeyKong de las minas, y nos hicimos alguna fotillo. La visita estuvo bien, nada pesada, sobre todo en comparación con el paseo en barca de por la tarde.

Nos subimos en la barca seis personas; Harold, Juan, Vicent, Andrés (otro chico de Granada), Tatiana (una mexicana) y yo. Y nos soltaron por el Moldava, el mismo río que pasa por Praga. Estuvimos casi cuatro horas remando. Había momentos en los que no había nada de corriente y había que remar más fuerte. Había bajadas, eran como unos rápidos. Muy buena la experiencia, pero sobraron un par de horas. El paisaje era espectacular, eran miles de árboles verdes. Pero no había demasiado sol, ya que el río, sinuoso como el que más, estaba bastante enterradito con respecto a la altura de las arboledas de alrededor. Así que no nos dió demasiado el sol, pero sí que pillamos algún momento de esos en los que te tumbas en la barca, miras hacia arriba, cierras los ojos, y si no lo evitas, caes dormido en nada de tiempo. Bueno, que acabamos hartos de remar. Al llegar, chopadísimos, nos cambiamos de ropa, y nos dirigimos de vuelta a Praga.

De camino paramos en un Kentucky para cenar algo. Horrible, Vicent y yo no queríamos entrar. Nos quedamos fuera, tirados en una superficie pequeña de césped cerca de la entrada al BasuraFriedChicken. Ése ha sido uno de los momentos de más paz y tranquilidad que he vivido desde que estoy aquí. Mirando hacia arriba, como duermiendo, mirando al cielo. Es imposible, no se puede. En toda la grandeza del cielo, no había absolutamente nada, nada, nada sobre lo que enfocar. Era una inmensidad azul, en la que no había ni un puto pájaro, ni una nube, ni una marca de nada, ningún ovni, nada, nada, era imposible. Nos podías quedarte mirando algo porque era imposible enfocar la mirada. Nos quedamos así más de media hora, hasta que la rasca empezó a pasar factura y nos metimos a la mierda de sitio esa a comer algo de pollo.

Y como las neuronas se van quedando en el camino, se me ha olvidado decir que también fuimos, no recuerdo en qué día, a la fábrica de Budweisser. Nada, no me gustó nada, bastante aburrida. Lo único interesante, la sala donde se realizan las mezclas en unos depósitos enormes y curiosos.

Y a eso de las once del domingo, llegamos a la residencia, reventadísimos, más que nada por el paseo en barca.

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